Queridos Hermanos y Laicos de la Familia Salesiana:
En el cap. XIII del vol. IV de su historia sobre “Los salesianos en Argentina”, el P. Entraigas comienza hablando del 1 de julio de 1884 y narrando el “aluvión de cartas” que los misioneros han escrito para enviar a Italia.
Hace ya casi 9 años que se encuentran en Argentina: habían llegado el 3 de diciembre de 1875. Alguno que otro ha podido regresar a Italia. Lo que más anhelan todos es poder ver una vez más a Don Bosco. Tener la dicha de besarle la mano, de abrazarlo, de contemplar su rostro envejecido, pero siempre sereno, sonriente, imperturbable.
Esta suerte la va a tener el joven sacerdote Evasio Rabagliati, envidiado por todos y a quien han llenado de cartas y regalos para Don Bosco, cercano a cumplir 69 años, para Don Rúa y para el recientemente nombrado Obispo, Juan Cagliero. Una de esas cartas es del P. Victorio Durando, quien le dice a Don Bosco:
“¡Oh, si me fuera dado a lo menos una vez más en mi vida ver a don Bosco!” “¡Sería un contento tal que solamente el paraíso se puede parangonar con él!... ¡Paciencia, sea lo que Dios quiera!”. (o.c., vol. IV, pág. 99).
Y don Piccono, que anhela la llegada de mons. Cagliero para irse con él a la Patagonia, le escribe a don Bosco:
“A medida que adelanto en los años –dice- aprecio mejor el favor que usted me hizo, recibiéndome en la congregación. Se lo agradezco con toda el alma. Espero, antes de morir, hacer algo por la Sociedad Salesiana. Aquí no me falta nada más que don Bosco”… (Entraigas, o.c., vol. IV, pág 98).
“¡Ver a don Bosco!” Para ser plenamente feliz, “sólo me falta don Bosco.” Es el gozo que van a tener los de Concepción dentro de escasamente 9 días y, sucesivamente, todas las Obras de nuestra Inspectoría. Vamos a contemplar, también nosotros, el rostro magnético de Don Bosco: su serenidad, su sonrisa, su paz… Anhelamos esta dicha y, ojalá, nos embargue el mismo anhelo de don Durando, de don Piccono y de todos los primeros misioneros.
Con afecto fraterno,
P. Joaquín, sdb
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